Comentario
CAPÍTULO VII
He aquí ahora los hechos de Zipacná, el primer hijo de Vucub-Caquix.
-Yo soy el creador de las montañas, decía Zipacná.
Este Zipacná se estaba bañando a la orilla de un río cuando pasaron cuatrocientos muchachos, que llevaban arrastrando un árbol para sostén de su casa. Los cuatrocientos caminaban después de haber cortado un gran árbol para viga madre de su casa.
Llegó entonces Zipacná y dirigiéndose hacia donde estaban los cuatrocientos muchachos, les dijo:
-¿Qué estáis haciendo, muchachos?
-Sólo es este palo, respondieron, que no lo podemos levantar y llevar en hombros.
-Yo lo llevaré. ¿A dónde ha de ir? ¿Para qué lo queréis?
-Para viga madre de nuestra casa.
-Está bien, contestó, y levantándolo se lo echó al hombro y lo llevó hacia la entrada de la casa de los cuatrocientos muchachos.
-Ahora quédate con nosotros, muchacho, le dijeron. ¿Tienes madre o padre?
-No tengo, contestó.
-Entonces te ocuparemos mañana para preparar otro palo para sostén de nuestra casa.
-Bueno, contestó.
Los cuatrocientos muchachos conferenciaron en seguida y dijeron
-¿Cómo haremos con este muchacho para matarlo? Porque no está bien lo que ha hecho levantando él solo el palo. Hagamos un gran hoyo y echémoslo para hacerlo caer en él. "Baja a sacar y traer tierra del hoyo", le diremos, y cuando se haya agachado para bajar a la excavación le dejaremos caer el palo grande y allí en el hoyo morirá.
Así dijeron los cuatrocientos muchachos y luego abrieron un gran hoyo muy profundo. En seguida llamaron a Zipacná.
-Nosotros te queremos bien. Anda, ven a cavar la tierra porque nosotros ya no alcanzamos, le dijeron.
-Está bien, contestó. En seguida bajó al hoyo. Y llamándolo mientras estaba cavando la tierra, le dijeron: -¿Has bajado ya muy hondo?
-Sí, contestó, mientras comenzaba a abrir el hoyo, pero el hoyo que estaba haciendo era para librarse del peligro. Él sabía que lo querían matar; por eso, al abrir el hoyo, hizo, hacia un lado, una segunda excavación para librarse.
-¿Hasta dónde vas?, gritaron hacia abajo los cuatrocientos muchachos.
-Todavía estoy cavando; yo os llamaré allí arriba cuando esté terminada la excavación, dijo Zipacná desde el fondo del hoyo. Pero no estaba cavando su sepultura, sino que estaba abriendo otro hoyo para salvarse.
Por último los llamó Zipacná ; pero cuando llamó ya se había puesto en salvo dentro del hoyo.
-Venid a sacar y llevaros la tierra que he arrancado y está en el asiento del hoyo, porque en verdad lo he ahondado mucho. ¿No oís mi llamada? Y sin embargo, vuestros gritos, vuestras palabras, se repiten como un eco una y dos veces, y así oiga bien dónde estáis. Esto decía Zipacná desde el hoyo donde estaba escondido, gritando desde el fondo.
Entonces los muchachos arrojaron violentamente su gran palo, que cayó en seguida con estruendo al fondo del hoyo.
-¡Que nadie hable! Esperemos hasta oír sus gritos cuando muera, se dijeron entre sí, hablando en secreto v cubriéndose cada uno la cara, mientras caía el palo con estrépito. [Zipacná] habló entonces lanzando un grito, pero llamó una sola vez cuando cayó el palo en el fondo.
-¡Qué bien nos ha salido lo que le hicimos! Ya murió, dijeron los jóvenes. Si desgraciadamente hubiera continuado lo que había comenzado a hacer, estaríamos perdidos, porque ya se había metido entre nosotros, los cuatrocientos muchachos.
Y llenos de alegría dijeron: -Ahora vamos a fabricar nuestra chicha durante estos tres días. Pasados estos tres días beberemos por la construcción de nuestra casa, nosotros los cuatrocientos muchachos. Luego dijeron: Mañana veremos y pasado mañana veremos también si no vienen las hormigas entre la tierra cuando hieda y se pudra. En seguida se tranquilizará nuestro corazón y beberemos nuestra chicha, dijeron.
Zipacná escuchaba desde el hoyo todo lo que hablaban los muchachos. Y luego, al segundo día, llegaron las hormigas en montón, yendo y viniendo y juntándose debajo del palo. Unas traían en la boca los cabellos y otras las uñas de Zipacná.
Cuando vieron esto los muchachos, dijeron: -¡Ya pereció aquel demonio! Mirad cómo se han juntado las hormigas, cómo han llegado por montones, trayendo unas los cabellos y otras las uñas. ¡Mirad lo que hemos hecho! Así hablaban entre sí.
Sin embargo, Zipacná estaba bien vivo. Se había cortado los cabellos de la cabeza y se había roído las uñas con los dientes para dárselos a las hormigas.
Y así los cuatrocientos muchachos creyeron que había muerto, y al tercer día dieron principio a la orgía y se emborracharon todos los muchachos. Y estando ebrios los cuatrocientos muchachos, ya no sentían nada. En seguida Zipacná dejó caer la casa sobre sus cabezas y acabó de matarlos a todos.
Ni siquiera uno, ni dos se salvaron de entre los cuatrocientos muchachos; muertos fueron por Zipacná, el hijo de Vucub-Caquix.
Así fue la muerte de los cuatrocientos muchachos, y se cuenta que entraron en el grupo de estrellas que por ellos se llama Motz, aunque esto tal vez será mentira.